viernes, 30 de junio de 2017

Extracto del Quijote

En esto, llegó de la aldea con provisiones otro cabrero llamado Pedro y dijo:
       - ¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?
       - ¿Cómo lo vamos a saber? – respondió uno de ellos.
       -  Pues que esta mañana murió Grisóstomo. Y se murmura que murió de amor por la endiablada Marcela, esa que anda en traje de pastora por estos andurriales. Y mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, al pie de la peña donde vio a Marcela por primera vez. Mañana vendrán a enterrarlo.
   Don Quijote preguntó a Pedro quiénes eran el muerto y la pastora.
       - El muerto era un hidalgo rico, que estudió en Salamanca y vino de allí muy sabio y muy leído. Sabía la ciencia de las estrellas, porque nos anunciaba el cris del sol y de la luna.
        - Amigo, se dice eclipse, no cris – corrigió don Quijote.
   Pero Pedro, sin reparar en niñerías, prosiguió su relato:
        - También adivinada cuándo el año sería abundante o estil.
        - Estéril queréis decir, amigo – dijo don Quijote.
        - Estéril o estil – respondió Pedro -,  que todo viene a ser lo mismo. Grisóstomo hizo muy rico a su padre con los consejos que le daba: <<este año sembrad cebada, no trigo; en este sembrad garbanzos, y no cebada>>.
        - Esa ciencia se llama astrología – dijo don Quijote.
       - Yo no sé cómo se llama – replicó Pedro -. El caso es que poco después de volver Grisóstomo de Salamanca, murió su padre y él heredó muchas fincas y casas, y gran cantidad de ganado y de dineros. Pero un día se vistió de pastor, con su cayado y zamarra de piel, para seguir a la pastora Marcela, de la que se había enamorado. Escuchad, que ahora voy a deciros quién es ella. Había en nuestra aldea un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, y tenía una hija tan bella que, cuando alcanzó los quince años, la fama de su hermosura y de su riqueza se extendió a muchas lenguas a la redonda, y no había mozo que no se enamorase de ella nada más verla. Murieron  los padres de la bella Marcela y ella quedó al cargo de un tío, el cual le encarecía las cualidades de cada pretendiente, pero ella respondía que no deseaba casarse todavía, y que no se sentía preparada para llevar a cabo el matrimonio. Y he aquí que un día la melindrosa Marcela se fue de casa hecha pastora y decidió vivir libre en el campo, donde guarda sus rebaños. Y en cuanto esto se supo, muchos ricos mancebos tomaron también traje de pastor y se fueron tras ella atraídos por su encanto y hermosura. Todos la requiebran y solicitan su amor, como hizo el difunto Grisóstomo, pero Marcela a todos desdeña y a ninguno da esperanza. No lejos de aquí hay unas altas hayas, y en la corteza todas tienen grabado y escrito el nombre de Marcela. Aquí suspira un pastor, allí se queja otro; más allá se oyen canciones de amor, y más acá desesperadas poesías, y hay enamorados que pasan las noches llorando al pie de un peñasco. Por todo esto, supongo que el desdén de Marcela es la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así os aconsejo, señor, que mañana no dejéis de ir a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos.
       - Lo tendré en cuenta – dijo don Quijote -, y os agradezco el gusto que me habéis dado con tan sabrosa narración.
      - Pero ahora – replicó el cabrero -, será mejor que durmáis bajo techo, porque el sereno os podría dañar la herida.
   Don Quijote se guareció en la choza de Pedro, pero se pasó la mayor parte de la noche recordando a su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.
   Apenas empezó a descubrirse el día, los cabreros despertaron a don Quijote para ir al famoso entierro de Grisóstomo. Sancho ensilló a Rocinante y puso  la albarda al burro con mucha diligencia. Y, ya en camino, vieron a dos hombres a caballo que venían acompañados de tres criados. Se saludaron cortésmente y caminaron juntos al lugar del entierro.
[...]
   En esto vieron bajar de la montaña a unos veinte pastores, todos en zamarras negras y coronas de ciprés y de amarga adelfa sobre la cabeza. Entre seis sostenían unas andas.
       - Aquellos pastores llevan el cuerpo de Grisóstomo al pie de la montaña donde él mandó que le enterrasen – dijo un cabrero.
   Se dieron prisa, y llegaron al pie de una peña donde ya estaban cavando la sepultura. En las andas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido de pastor, de unos treinta años, de rostro hermoso. Todos los presentes guardaban un hondo silencio, hasta que un gran amigo del desdichado amante dijo:
      - Este cuerpo que con piadosos ojos veis es el de Grisóstomo, que fue único en ingenio, extremo en gentileza, magnífico sin tasa. Amó y fue aborrecido. Aquí declaró por primera vez a Marcela su pensamiento, tan honesto como enamorado, y aquí lo desdeño ella por última vez, y aquí puso él fin a la tragedia de su vida, y aquí quiso que lo depositaran en las entrañas del eterno olvido.
   De pronto una maravillosa visión se ofreció en la cima de la peña. Era la pastora Marcela, tan hermosa que dejó a todos admirados y suspensos. Pero el amigo de Grisóstomo dijo con ánimo indignado:
      - Dinos, mujer cruel, ¿a qué vienes? ¿A ver si con tu presencia sangran las heridas de ese miserable a quien tu crueldad quitó la vida?
       - Vengo – respondió la pastora Marcela – para que sepáis que yo no soy culpable de la muerte de Grisóstomo. Atended todos. El cielo me hizo hermosa, y todo lo hermoso merece ser amado, pero no sé por qué he de verme yo obligada a amar a quien me ama. Yo nací libre, y para vivir libre escogí la soledad de los campos, donde he luchado por conservar mi honestidad, que es el adorno más hermoso del alma. A los que he enamorado con la vista, los he desengañado con mis palabras. Jamás di esperanzas a nadie, así que a Grisóstomo lo mató su insistencia, no mi crueldad. Yo no estaba obligada a corresponderle, y en ese mismo lugar donde ahora caváis su sepultura le dije que quería vivir en perpetua soledad. Si él insistió en navegar contra el viento, ¿qué culpa tengo yo de su naufragio? Que nadie me llame cruel ni homicida, porque yo nada prometo, nunca engaño y hasta ahora a nadie di palabra de amor. Yo soy libre y no quiero sujetarme a nadie.
   Y sin querer oír respuesta alguna, volvió la espalda y se entró por lo más cerrado del monte, dejando a todos los presentes tan admirados de su discreción como de su hermosura. En ese instante a don Quijote le pareció bien usar de su caballería para socorrer a una doncella menesterosa, así que puso la mano en el puño de su espada y dijo en altas voces:
       - Qué nadie se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de sufrir mi furiosa indignación. Ella ha mostrado con clara razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo.
   Fuese o no por las amenazas de don Quijote, el caso es que nadie se movió. Acabada la sepultura, los pastores pusieron en ella el cuerpo de Grisóstomo, la cerraron con una gruesa piedra y esparcieron encima muchas flores y ramos. Luego todos se dispersaron, mientras don Quijote, que se había despedido muy cortésmente de Vivaldo y de los cabreros, decidió partir en busca de la pastora Marcela para ponerse a su servicio.

Fuente: https://quiijotefm.jimdo.com/materiales/3-empezamos-a-leer/1-historia-de-marcela-y-gris%C3%B3stomo/
Entierro del pastor Crisóstomo, Manuel García "Hispaleto", 1862

jueves, 1 de junio de 2017

jueves, 9 de julio de 2015

XLI - Bécquer

Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o abatirme!
¡No pudo ser!

Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o arrancarme!
¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!